Abandoné la isla un día,
y me vine sobre la amplia tierra,
caminando por la carretera
que se pierde indistinta
a cada paso,
quemándome
las plantas de los pies,
doliéndome el cuerpo, cansado.
Una gaviota surca
el aire de la mañana,
y yo estoy recién despertado,
los árboles han cubierto
bien mi cansancio,
mis anhelos y sueños lejanos,
marchitados por
esta hipócrita sociedad
que me lleva como una madre
a su hijo bien amado,
para que no se escape ni sea malo.
Las aguas chocan contra las rocas
en la orilla plagada de piedras,
y su murmullo
penetra por mis oídos
como si aún estuviese soñando,
bañándome con su sudario
que se expande en el aire
como burbujas de champán dorado.
Y mientras recojo mis cosas,
la arboleda se llena de pájaros
dejándome oír su canto,
y vuelvo a la carretera
para seguir caminando,
sin saber hacia dónde voy,
buscando un destino
que no veo nada claro,
pero vaya a donde vaya,
llegue a donde llegue,
seguiré firme sobre mis pasos,
sin saber si caeré muerto
sobre el asfalto,
todo antes de volver allí
donde me llaman unas voces
que sollozan cantando.
¡Estoy llorando!.
¿Qué mal me agita el alma?,
me hunde desesperado,
reclamando en la desesperanza
algo que no tengo,
algo que no existe,
algo que no es real,
que me complica inerte,
que huye a mi llamada,
que me envuelve en la angustia
gritando que regrese cuando
no quiero regresar,
sino huir, irme lejos,
donde nadie me pueda encontrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario